domingo, 13 de julio de 2008

Cada vez que alguien nombra a **** me acuerdo de una anécdota casi intrascendente con él, pero me da mucha gracia.

Estaba esperando un colectivo en la Avenida Mitre (otros tiempos, otras tetas) y de repente se detiene una autazo lujosísimo con un rubio (un poquito teñido, para qué lo vamos a negar) y me invita a subir.

La gente a mi alrededor muerta de risa, me dice que suba, que no sea tonta. Yo prefiero sostener mis principios de comportomiento social correcto, a rajatabla, y me niego.

Más risas, el flaco no se inmuta e insiste. Estaba bien, ahora diría que estaba guapísimo, tampoco es cuestión de mentir. Y yo suelto, con desparpajo: si quiere conocerme que se baje del auto. jajajajajaja

No fue la única vez que fui tan altanera (previamente hice lo mismo con el Rey de España... otro día te lo cuento).

Vivo en Sarandi desde que nací. Era el Bocha, naturalmente. Yo no tenía idea. Se casó grande, creo. ¿Estaría esperando a la chica de la minifalda que le dijo que no?

Pude haber cambiado mi destino en un minuto. Preferí esperar los acontecimientos. Me parece que no me equivoqué tanto. O quizás sí. Quien sabe.


Lu

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