martes, 29 de abril de 2008

Esperar, rezar y compungirse son un buen remedio contra el dolor de la pérdida o rotura. Felicítola también, por su modo de narrar.

En cambio, yo tengo mi propio método cuasi infalible para cuidar a los electrodomésticos.

En cuanto llega la caja a casa, lo primero que hago al desembalar es tirarla a la basura(la "casa" no, la "cosa" tampoco,solo la caja).

De ese modo, mi nuevo acompañante, ése que me hará la vida más dulce y placentera, "siente" que no pienso devolverlo por ninguna razón o motivo, y más le vale portarse bien, porque las empresas de ventas de artefactos similares a él no aceptan el artículo sin envase original.

En otro acto de demostración de amor eterno, tiro la factura (en realidad, la pierdo, que es casi lo mismo); por tanto, aunque haya pagado un seguro por tres años, y algún día la necesite el noble objeto se ve impedido de fallarme por tal período.

Después, viene la estrategia de seducción. Ah, sí sí. Le digo "piropos bonitos", "muchos chuchis", mucho "mi amorcito". Por ejemplo al lavarropas, le digo que es lo máximo, mi preferido, pero si la computadora anda cerca, le guiño un ojo y le susurro al oído que ella es y será mi nena consentida. Basta que no se peleen por celos, todo me vale.

No se vayan a reír, pero antes de irme a dormir cada noche, les doy un besito, una caricia en el lomo. Un chauchito. Son mis mascotas. Los amo.

Si alguno se descompone, le prometo que vendrá al service la mañana entrante, le ofrezco un tecito caliente, lo mimo.

En caso de que no mejore, al día siguiente, llamo al service, sí, pero bajo condición de que si el daño no requiere un arreglo mayor de $20.- pesos, le compro helado o le regalo una bicileta. Depende.

En general, puede sonar cursi, pero el procedimiento funciona de maravillas, y el artefacto sigue conmigo por lo menos veinte años.

En algún momento, cuando tengo que despedirlo for ever and ever, lloro. Me encariñé tanto con él que no puedo evitar contener las lágrimas. Y cuando se lo están llevando clamo: Espérame en Siberia, vida mía.

Eso, sí. Tengo un problema serio. En casa ya tengo unas catorce bicicletas a estrenar porque nunca, nunca jamás de los jamases, un arreglo me costó menos de cien mangos.