La panadería es un espacio privado, no público.
Si fuera público haría una fiesta para los clientes, los convocaría en la Placita Serrano o Dorrego, presentaría a varios conjuntos de rock para la espera, invitaría a gentiles sindicalistas para evitar la inseguridad que se produce en los sitios privados, a los que generalmente entran personas armadas que han votado en la cárcel y salido en libertad, por caducidad de instancia, personas honradas a quienes se agrede y se discrimina llamándolos ladrones, hombres-araña o increíblemente afirmando que entran a robar.
Si fuera público, además, le darían a los transeúntes casuales $100 pesos por cabeza para entrar en manifestación y hacer mucho bulto; se haría un espectáculo de fuegos artificiales en plena ciudad y hablaría alguna oradora bien maquilladita y mejor vestida. No con esa ropa que usan en el campo, esos sombreros de paja tan antiestéticos y bombachas gauchas y botas llenas de barro.
Si el espacio de la panadería fuera público, todos seríamos felices.
Eso sí, pan y facturas no comería nadie, porque trigo no van a sembrar y la soja es incomible (que se la morfen los chinos y que paguen los impuestos, qué se creen estos orientales que ya bastante ganan con el supermercado de la vuelta.
Lu.